(Nota publicada en diario La Nación, por Carlos Pagni.)
Néstor Kirchner logró con su estrategia frente al campo algo impensable hace dos meses: que su esposa fuera la destinataria de la movilización más numerosa realizada contra un gobierno desde la restauración democrática de 1983.
Junto al Monumento a la Bandera se reunieron ayer cerca de 200.000 personas. El Gobierno, desde Salta, enfrentó el fenómeno con el mismo recurso con el que aborda la inflación creciente, algunos escándalos de corrupción y la tendencia de la economía a causar más pobreza: negar.
A orillas del Paraná hubo una concentración de esa clase media, urbana y rural, para la cual parecía destinado, en sus albores, el proyecto político de los Kirchner. Y, sobre todo, la actual presidencia.
El chacarero Alfredo De Angeli, acaso sin advertirlo, echó sal en esa herida: "Si hubiéramos firmado un acuerdo, señora, usted estaría encabezando este acto".
El Gobierno eligió otro destino. Podría haberle hecho una verónica al campo y reducir su conmemoración del 25 de Mayo al límite del protocolo. Pero ayer convocó a un acto que erigió a Salta en término de comparación con Rosario.
Los organizadores rodearon a la señora de Kirchner de gobernadores y ministros trajeados de oscuro; la subieron y bajaron de un helicóptero para recorrer 15 kilómetros, del aeropuerto salteño al centro; la concurrencia fue ordenada detrás de carteles que mencionaban al gobernador que aportó cada pelotón; a seis cuadras se estacionaron 200 colectivos, y una cámara sobrevoló la zona para desnudar que la multitud era inferior a la esperada. No sólo contra el campo, sino también contra sí mismos perdieron los Kirchner.
El acuerdo del Bicentenario no se celebró y las organizaciones empresariales invitadas, el jueves, para acompañar a la Presidenta, se excusaron. Como el Chaqueño Palavecino, interpretaron que junto a Güemes habría un acto de facción.
Lo que sucedió en la coreografía se repitió en los discursos. Con su retórica de entre casa, los dirigentes rurales desmontaron los argumentos con que el Gobierno los hostiga. Casi logran ocultar las distancias siderales que existen entre ellos. Por ejemplo, Luciano Miguens, de la Rural, se descubrió aplaudiendo citas de Jauretche en boca de Eduardo Buzzi, de la Federación Agraria.
Los ruralistas huyeron de las cuestiones técnicas. Apenas advirtieron que, de no reducirse hoy la alícuota de las retenciones, mañana se repondrá el paro. Prefirieron sacudirse el cliché de ser una oligarquía golpista. Miguens pidió que terminara el hambre. Fernando Gioino identificó la producción agropecuaria como uno de los vectores de la democratización argentina, sobre todo gracias al movimiento cooperativo. Mario Llambías, de CRA, fue más explícito: "Nosotros no somos la Unión Democrática ni los Kirchner son Perón y Evita".
Pero nadie como Buzzi para correr al campo, en bloque, hacia la izquierda. Como por arte de magia, sacó del bolsillo una carta en defensa del sector firmada por la rosarina Darwina Gallicchio, madre y abuela de Plaza de Mayo. Se entiende por qué, en Olivos, lo detestan.
El autoconvocado De Angeli es capaz de poner en apuros al gobernante más carismático. Ayer se presentó "en concierto". Fue del tren bala ("el negocio está en el proyecto") a la discusión sobre la pobreza ("están aumentando la pobreza para que los vayan a aplaudir a los actos"). Y martilló sobre una fisura política del oficialismo, a la que volverían los demás oradores: "A los gobernadores les van a preguntar: «Papá, abuelo, ¿en el 2008 vos estabas del lado de la provincia que te votó o del lado del gobierno nacional?»".
El salteño Juan Manuel Urtubey eludió el desafío como pudo: fue tan emotivo en su entonación como evasivo en los contenidos. La señora de Kirchner habló poco. No se refirió a la página de su gobierno que se acababa de escribir en Rosario. Prefirió homenajear a su esposo recordando la crisis de 2001 y su superación. Nada sobre el ex presidente Eduardo Duhalde y su devaluación, sin los cuales no se explica el milagro.
La enumeración de los logros alcanzados por el ex presidente tuvo algo de reproche a quienes, ingratos, se quejan. Pero su vicio fue otro: la obsesión retrospectiva volvió a demostrar la dificultad de los Kirchner para convocar hacia nuevos objetivos, para trazar un horizonte. Sobre todo ahora, cuando el futuro comienza a inquietar más que el pasado.
Cristina Kirchner formuló también, como hace a menudo, una interpretación caprichosa de la historia. Ayer caracterizó al proceso de Mayo como la reacción a una mentalidad para la que "era más importante lo que pensaban desde afuera". Sorpresiva desmentida de la versión según la cual la independencia americana se debió, entre otras cosas, a la apertura a ideas elaboradas por la Ilustración europea, incluso española. Esa distorsión historiográfica importa por la definición política que encierra. "Coloniaje", "liberación", esas palabras que aparecieron ayer en el discurso de Salta, son la manifestación de una doctrina del "desarrollo endógeno" que fascina al venezolano Hugo Chávez y a la que siguen adhiriendo, como hace más de 30 años, los Kirchner. Esa lectura niega que la Argentina moderna haya sido el resultado, por momentos muy exitoso, de una inserción inteligente en la globalización del siglo XIX.
Es decir, en un proceso internacional similar al que ahora se ofrece para una economía agroalimentaria. La negación de aquel pasado cobija una refutación a las posibilidades de este presente. Y es en este problema donde se cifra, en última instancia, el conflicto con el campo.
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