Antes de nombrar a la última de las musas quisiera referirme a la poesía provenzal.
En el siglo XII surge en Occitania, en el sur de Francia, en el país de la lengua de oc, la poesía provenzal, es decir la poesía lírica y también la idea del amor como forma de vida. Aquellos trovadores, aquellos poetas, hicieron aparecer el amor cortés. Señalemos que en esa época se había verificado un cambio en la condición femenina.
Las muchachas de la nobleza gozaban de cierta libertad. Y en un mundo donde el matrimonio no estaba fundado en el amor sino en intereses políticos y económicos, y siendo que las frecuentes guerras obligaban a los señores a ausentarse durante años, es probable que la infidelidad fuera cosa muy frecuente.
En Alemania existía la institución de la frauendienst, que consistía en el culto de la mujer. La meta del caballero era demostrar su virilidad y su valor mediante actos de audacia, cuyo último objetivo era servir de homenaje a una sola mujer. Este favor caballeresco se cumplía siempre en beneficio de mujeres casadas. Las tradiciones de la caballería francesa eran muy similares. Todo lo que el caballero hacía, ya se tratase de escribir un poema o de intervenir en una cruzada, lo hacía en nombre de su dama.
Era mucho lo que el caballero aceptado podía hacer para honor y entretenimiento de su dama.
Si sabía escribir versos, elogiaba los encantos y las virtudes de su ideal... los ponía por las nubes, y aún más alto. He aquí un breve muestrario de las encantadoras comparaciones que los caballeros del amor utilizaban para dirigirse a la dama elegida:
“Oh, Estrella de la Mañana, Capullo de Mayo, Rocío de las Lilas, Hierba del Paraíso, Racimo de Otoño, Jardín de Especias, Atalaya de Alegrías, Delicia Estival, Fuente de Felicidad, Foresta Florida, Nido de Amor del Corazón, Valle de Placeres, Reparadora Fuente de Amor, Canción del Ruiseñor, Arpa del Alma, Pascua Florida, Perfume de Miel, Consolación Eterna, Peso de la Bienaventuranza, Prado Florido, Dulce Limosna, Cielo de los Ojos... etc.”Consignemos algunas influencias artísticas y filosóficas: los árabes desde España, a través de formas poéticas populares, pero más aún a partir de la costumbre islámica, según la cual, invirtiendo la relación tradicional de los sexos, llamaban a la dama su señora y se confesaban sus sirvientes.
Pero la sociedad de Occitania era mucho más abierta que la hispano-musulmana y las mujeres gozaban de mucha mayor libertad. Y así este cambio fue una verdadera revolución, afectó las costumbres, cambió la visión del mundo. Vamos a explicarlo.
Como vasallo el amante sirve a su amada. El servicio tiene varias etapas: comienza con la contemplación del cuerpo y el rostro de la amada y sigue conforme a un ritual, con poemas escritos en su honor, con pruebas de amor de cumplimiento casi imposible, etc. El último paso es el goce carnal.
Sin embargo, en una época tardía aparecieron los poetas profesionales y ya no fue un señor el que se fingía vasallo, sino un verdadero vasallo el que escribía poemas, ya que los poetas pertenecían casi siempre a un rango inferior al de las damas para las que componían las canciones.
Ahora bien, la dama era en estos casos inspiradora de los poemas y al mismo tiempo temática central de ellos y objeto de la dedicatoria. Vale decir que era musa que dictaba el poema, pero luego lo recibía a modo de homenaje u ofrenda. El poeta era la flecha, la dama era el arco y el blanco. (Y esta es otra señal).
Los tres grados del servicio amoroso eran pretendiente, suplicante y aceptado. La dama, al aceptar al amante lo besaba y con eso terminaba el servicio. Pero había un cuatro grado: el de amante carnal.
Otra influencia interesante es la influencia platónica que, según se ha dicho, considera al amor como un camino a la divinidad.
Los provenzales trabajaron la idea de que el amor era una iniciación, lo cual indicaba que también era una prueba. Así, antes de la consumación física, había una etapa intermedia que se llamaba assag o assai y que era la prueba de amor.
El assai comprendía a su vez varios grados: asistir al levantarse o acostarse de la dama; contemplarla desnuda y finalmente penetrar en su lecho y entregarse a diversas caricias sin llegar al final.
Los poetas provenzales hablaban siempre de una misteriosa exaltación que llamaban joi y que era la más alta recompensa del amor. Se trataba de un estado de felicidad indefinible. Algo así como el goce de la posesión carnal, refinado por la espera y la mesura. Una estética de los sentidos. Sólo la poesía podía aludir a ese sentimiento.
A aquella misma época pertenecen las famosas cortes de amor y las demenciales aventuras de caballeros andantes como el caballero Ulrich Von Lichtenstein, que en honor a su dama rompió 307 lanzas vestido con ropas femeninas. O el caballero Balaum, que tuvo que arrancarse el meñique. Después de oír estas historias es más fácil comprender la famosa balada de Schiller sobre el guante que la dama arroja a los leones. El caballero acepta rescatarlo, pero con él cruza la cara de la cruel mujer.
Al margen de estas exigencias femeninas hijas del aburrimiento, el legado provenzal fue considerable. Formas poéticas e ideas sobre el amor, que influyeron en Dante, Petrarca y sus sucesores, hasta los poetas surrealistas del siglo XX, sin olvidar las canciones, las películas y los mitos populares. La mujer mantiene en esta tradición una superioridad en el dominio del amor y una jerarquía de musa en la inspiración de los poetas.
Contaré, si ustedes me permiten, la historia de un trovador provenzal que es verdaderamente ejemplar.
En la corte de Leonor de Aquitania, había un trovador que gozaba de gran fama. Las damas y las doncellas no se cansaban de escucharlo.El trovador se llamaba Jaufré Rudel. Era un tipo solitario que soñaba con un amor ideal y aguardaba a la que supiera inspirarlo.Por aquellos años, a principios del siglo XII los cruzados que volvían de Jerusalén relataban las peripecias de sus viajes. No sólo se referían a episodios de guerra, sino también a la ardiente belleza de las mujeres orientales y también a las hermosas francas nacidas en Tierra Santa, donde no pocos cruzados se habían casado con armenias o levantinas.Jaufré Rudel escuchaba. Pronto los viajeros comenzaron a referirse a una misma mujer, una cuyo esplendor superaba al de todas las demás.La muchacha se llamaba Melisenda de Trípoli, era hija de Raimundo de Trípoli. Era de talle fino y formas perfectas, cutis claro y cabellera negra como el azabache. Vivía en un suntuoso palacio a orillas del mediterráneo, precisamente en la ciudad de Trípoli.Jaufré Rudel se enamoró de Melisenda, aunque no la había visto nunca. Esperaba ansioso que llegaran más relatos de los cruzados. Las damas y doncellas de la corte le parecían insignificantes comparadas con la lejana belleza que describían los aventureros.A partir de entonces, Melisenda fue su musa. Escribía sus versos pensando en ella. Pasaron algunos años y Rudel pensó en declararle sus sentimientos. Pero su salud era precaria y no tenía dinero. Como no escribía más que para Melisenda, tuvo la idea de confiar sus escritos a los caballeros que partían hacia tierra santa, para ver si alguno podía entregárselos a su amada. Pero el tiempo pasaba y Rudel no obtenía respuesta alguna.Desesperado, decidió partir, su salud declinaba y quería encontrarse con Melisenda antes de morir. Empezó a economizar, moneda tras moneda, para pagar su viaje a bordo de una nave. Cuando finalmente reunió la suma necesaria, partió y llegó a Trípoli sumamente enfermo después de una travesía terrible. Tambaleando quiso ir al castillo donde vivía Melisenda. Golpeó la puerta y solicitó ver a la muchacha. Los guardias lo echaron a patadas. Es que Jaufré Rudel parecía un pordiosero.El trovador insistió. Regresó al otro día y los días siguientes. Por fin, cuando Melisenda advirtió su presencia, lo hizo ingresar de inmediato. Es que habían llegado hasta ella las canciones de Rudel a través de otros viajeros. Melisenda estaba enterada de la existencia de aquel hombre que le expresaba su amor desde hacía tantos años y quería conocerlo.Jaufré tembló de emoción cuando fueron a buscarlo. Delgado y pálido, apenas caminaba. Lo hicieron entrar en el gran salón. Frente a él estaba Melisenda. Jaufré avanzó lentamente, se arrodilló frente a ella y no pudo hacer nada. Sólo permaneció mirándola durante largo tiempo. La muchacha se inclinó y besó largamente a Rudel en la boca.Lamentablemente aquí termina la historia. Apenas se separó de la doncella, Jaufré Rudel cayó muerto. Tenía 50 años de edad. Nada más se sabe de Melisenda de Trípoli. Esto ocurrió hace más de 800 años. Las más bellas canciones de Jaufré Rudel, las que escribió para su princesa lejana eternizaron su amor e hicieron de él no de los más grandes poetas de la Edad Media.Melisenda fue una verdadera musa. Pero hay damas que no son tan eficaces, o hay poetas que usted no los inspira ni tirándole a las nueve musas encima. Tal fue el caso de Cecco Angioleri, el enemigo del Dante.
Cecco Angioleri era un poeta nacido en Siena en 1265, el mismo año en que nacía Dante en Florencia. Cecco estaba enamorado de Becchina, la hija de un zapatero, que era hermosísima. La primera vez que oyó los cantos que Dante había escrito a Beatrice de Portinari, Cecco dijo al zapatero que eran malos versos. Becchina le dijo entonces:
-Te burlas de ese Dante, pero seguramente no sabrías escribir en mi honor unos versos parecidos-. Cecco Angioleri lo tomó como un desafío.
Compuso un soneto en loa a Becchina, que no sabía leerlo y que se reía a carcajadas cuando él lo recitaba.
Lo que escribía Angioleri procedía de la literatura goliárdica, un género literario en latín vulgar que practicaban los clérigos errantes y los estudiantes díscolos de toda Europa. Los argumentos estaban relacionados con el vino, los amores ilícitos, los juegos de azar y las fiestas.
Cecco Angioleri compuso 150 sonetos dedicados a Becchina, pero la muchacha no le dio bolilla. La casaron con un vendedor de aceite.
Las bodas se hicieron a comienzos de 1295. Dicen que Cecco imitó el dolor de Dante, pero Becchina no murió. Trató de seducirla y en una ausencia del aceitero, ella le dio un beso en la boca, pero después lo despidió para siempre.
Cecco Angioleri compuso versos inflamados y sintió odio. Amenazó suicidarse en la puerta de Becchina. Lo sacaron a patadas. Se recluyó en una abadía pero fue peor. Se ensañó luego con Alighieri y le envió unos versos injuriosos. Al fin se fue a luchar junto a los güelfos negros. Solamente porque Dante Alighieri era partidario de los güelfos blancos.
Cuando murió su padre heredó una fortuna y se presentaba ante todos como Cecco Angioleri, de noble linaje, señor de Arccidoso y de Montegiovi, más rico que Dante y mejor poeta.